miércoles, 9 de marzo de 2011

Los Arias

Miércoles, 09 de Marzo de 2011 05:30
Escrito por Helio Gallardo (Profesor)

Su texto, dirigido por Sánchez a sus ‘tíos’, puede leerse como una conjura para manipular el sufragio que decidiría la disputa. Es seguro que la Dirección Nacional de Inteligencia (?) tiene una carpeta con su esfuerzo sedicioso. Si no la tiene, puede pedirla al Tribunal Supremo de Elecciones. Él vela por la rectitud de los procesos electorales.

El aporte del ‘tercer Arias’ es decisivo para asumir que a “los Arias” les vale poco la institucionalidad del país si ella limita o frustra sus deseos. La institucionalidad sirve. Pero si no es posible usarla, se la tuerce, ignora o abandona. Es la mofa de la “dictadura en democracia” de Óscar y la gula por una Constituyente, de Rodrigo. Pero Sánchez Campos hizo mucho más que este aporte básico para encuadrar a los Arias. Autor confeso de la marranada conspirativa su situación jurídica (un diputado cazado trampeando la voluntad ciudadana) se paseó muy/mucho lentamente por la Asamblea Legislativa, el Tribunal Supremo de Elecciones y la Sala IV, para retornar a la Asamblea y ¡ser archivada y en la práctica y anulada! por los diputados del PLUSC, dos libertarios, la señora Arguedas y el señor Echandi.

El clan celebró la impunidad de Sánchez. El primo/sobrino había demostrado que sus tíos sí pueden articular (nada de ingobernabilidad aquí) Poder Electoral, Poder Judicial y Asamblea Legislativa si de salvar se trata no la cara sino el pellejo. El Arias impune fue nombrado a la corta Embajador en el Vaticano por la administración actual. El premio quizás se deba a la ‘admiración y aprecio’ que la presidenta Chinchilla siente por Óscar (LN: 27/02/11), a una temprana sordera que le impide escuchar a los ciudadanos indignados o al hecho de que Sánchez Campos es católico rabioso y por ello su tufillo no despertaría inquietud entre tantos ángeles. O tal vez Laura no desea molestar a su correligionario Rodrigo. ¡Se ven tan amigos!

De los Arias restantes, Óscar es el desangelado. No despierta simpatías, excepto cuando habla de él mismo y él lo sabe. Por eso Óscar habla tanto de Óscar. Un individuo tímido buscando simpatía. Muchos no lo entienden y lo consideran engreído y vano. No, es cortedad. La misma que lo lleva a confiar ciegamente en sus funcionarios. Por eso nunca interrogó sobre Crucitas a Dobles, ni a Zumbado por el uso de 1.5 millones de dólares taiwaneses, ni a Ortuño acerca de si el dinero del BCIE podría ser sospechado como público, ni a Karlita por los detalles de la alegre concesión regalada a Autopistas del Sol. Óscar es un tímido que se sonroja y mueve una mano como queriendo ahuyentar visiones si un diputado asegura que los costarricenses lo elegirán el hombre del siglo XXI y que entonces su estatua adornará Su Plaza en el mismo lugar donde se alzó la del desconocido Figueres Ferrer. El expresidente mueve su mano y susurra: “‘Muy largo me lo fiáis’, como ha escrito Mercedes Sosa”. Es que este hombre tímido es leído. Un intelectual.

Rodrigo es otra cosa. A él la familia le dio la responsabilidad de ver cómo la legislación faculta para emprender cosas buenas. Sin trampas, eso sí. Por celular incluso pero sin trampas. Algún observador estima que Costa Rica siguió el camino más largo para llegar a ser como resto de Centroamérica: invirtió en capital humano. Puede ser. Rodrigo, el man de hoy, se parece físicamente más a los Somoza que a un dirigente tico. Se presenta siempre como recién salido del spa y sus masajes, lustrado como si quisiera ocultar algún pringue, excedido de peso, jovial, palmeando espaldas y dando abrazos, festejando cumpleañeros y controlando quien no llega y quien no obedece. Un buen tipo, diría J. Gandolfini. Tanto, que, sin ser presidente aún, ya tiene un clon: igual de pulido aunque una pizca menos exquisito y algo más calvo: Víctor Hugo Víquez. Quien sabe. A lo mejor los tres Arias, como los mosqueteros, resultan siendo cuatro.




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